(Va a parecer que esta bitácora habla sólo de tranvías, pero es que son una de mis -muchas- debilidades...)
El último día de junio de 1972 fue también el de la postrer circulación de un tranvía por las calles de Madrid. Yo entonces tenía cinco años y medio; poco antes de la desaparición había hecho un viaje en el 70 (Plaza de Castilla-San Blas), por la calle de los Hermanos García Noblejas, que conservó los rieles en su parte central durante bastante tiempo. De ese viaje tengo un remoto recuerdo... Aquellas sillas de madera, el ruido, el traqueteo... Tuve que esperar casi un cuarto de siglo para poder subir de nuevo en un tranvía.
Fue en el verano de 1996, cuando visité por primera vez Lisboa. Una ciudad que no deja indiferente: o te fascina o la odias. Yo soy del primer grupo: me encantó. Y uno de los mayores alicientes de la visita era para mí volver a subirme en un tranvía.
Nuestro hotel estaba un tanto alejado del centro; el primer paseo hacia el corazón de la ciudad lo hicimos a pie y mi mayor afán era encontrar por fin las vías del tranvía. Se hicieron esperar, pero allí estaban. Creo que antes que ver cualquiera de los monumentos de la ciudad mi prioridad era subir en el tranvía, aunque no me llevase a ninguna parte. Tanto quería hacerlo que hasta metí bien la pata: estuvimos esperando un buen rato en una parada de una línea que estaba sin servicio...
Al fin bajamos hasta la Rua da Conceição, por donde pasa el mítico 28. En Lisboa hay ya tranvías muy modernos, pero el verdadero encanto está en los viejos vehículos de dos ruedas que recorren el centro histórico de la ciudad. Y entre ellos destaca especialmente el 28, que pasa junto a algunos de los monumentos y lugares más interesantes. Nosotros lo tomamos en esa rúa, una de las más conocidas de ese barrio de calles con trazado geométrico que se elevó sobre las ruinas del terremoto de 1755.
Fue una sensación inexplicable la de volver a subir en un tranvía desde hacía tantos años, desde mi niñez. Además, un tranvía bonito, por dentro y por fuera. Asientos de madera, paredes también forradas de madera, el tranviario delante con su "molinillo de café", los lisboetas sentados como si tal cosa, tal vez riéndose de los turistas embobados, el traqueteo, el ruido de las ruedas sobre las vías...
Nos llevó hasta una plaza que hay frente al cementerio dos Prazeres. Allí esperamos para tomarlo de vuelta hacia el centro y llegar con el hasta las puertas de la Sé, al pie del empinado camino que lleva al Castelo de São Jorge. Frente a la parada, una tiende de recuerdos para turistas donde me compré una camiseta que representaba esta línea que, por cierto, fue objeto de polémica años después porque se pretendió un gran recorte de su recorrido que incluso la ponía en peligro. Ignoro cuál será su situación en la actualidad...
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