Mi afición por el ferrocarril se nutre mucho de la nostalgia. De viajes hechos en la infancia, en los que desde el coche se buscaba la vía que muchas veces nos acompañaba, de pasos a nivel que siempre esperaba que estuviesen cerrados para poder ver pasar el tren... Ver cómo la catenaria parecía acercarse y alejarse, como jugando, ver esos enormes contrapesos colgados de vez en cuando en algún poste, esa especie de puentes de cuerdas que había encima de los hilos eléctricos cuando la vía cruzaba bajo la carretera...
Quizás fuese en el pueblo cacereño de Hervás, donde fui de vacaciones con apenas cinco años, donde nació mi "manía" ferroviaria. Desde la ventana de la casa donde me alojé se veía un puente metálico del ferrocarril (siempre me llamaron la atención: de pequeño pensaba "cómo era posible que pasase el tren por ahí si no tenía vallas de protección...) por el que aún acerté a ver alguna locomotora de vapor. Después, los pasos a nivel, que siempre me fascinaron: aquél tan inmenso y peligroso que había en la Villa de Vallecas, cuando la Avenida de la Albufera cruzaba sobre el gran haz de vías que por allí pasa, los dos que había en una pequeña carretera que, desde la de Andalucía, llevaba a los pueblos toledanos de Mora y Orgaz. Uno se suprimió: esta cerca de la extrañamente grande estación de Huerta de Valdecarábanos (digo extrañamente grande porque está en medio de la nada); el otro, entre Mora y Orgaz, estaba junto a la desaparecida estación que precisamente se conocía así, como "Mora y Orgaz", por la que pude triscar de jovenzuelo para deleitarme con los viejos vagones de mercancías allí abandonados y con las pequeñas plataformas giratorias no utilizadas desde cualquiera sabe cuándo. Hoy pasa por allí la vía del AVE a Sevilla.
(Ya hace días que tenía pensado escribir este mensaje; entre tanto, ha vuelto a ocurrir otra tragedia relacionada con los ferrocarriles: seis muertos por un descarrilamiento en Villada [Palencia]. Otra vez de luto.)
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