(Texto publicado originalmente en Mixobitácora el 15 de febrero de 2006)
Cuando leí la noticia en el número de febrero de Vía libre lo primero que sentí fue una especie de indignación. Tras años y años de abandono, de ser tratada como una especie de cementerio de vagones y locomotoras, tras la lucha por la reapertura de la línea internacional de Canfranc, la célebre y casi mítica estación, desproporcionada para un pueblo que, según su sitio Web oficial tiene 77 habitantes, se va a convertir en un hotel de lujo.
Pero leyendo el artículo pude comprobar que la alternativa podía ser su desaparición. El noble edificio, que se construyó entre 1921 y 1925 tras una obra casi faraónica que incluyó el desvío del curso del río Aragón, está sumamente deteriorado. Goteras, tejas rotas, dependencias ajadas por el abandono... Todo ello será reparado, aunque del edificio actual sólo quedará lo exterior. Las instalaciones ferroviarias se trasladarán a otro punto, con la esperanza de que la línea recupere su antiguo esplendor.
La línea Zaragoza-Pau se empezó a construir en 1882; la obra más importante fue el túnel internacional de Somport, de casi 8 km. de longitud y que tardó siete años en ser excavado. La estación internacional de Canfranc, obra de Fernando Ramírez Dampierre, se inauguró con la correspondiente pompa, y con la asistencia del rey Alfonso XIII y el presidente de la República Francesa, Gaston Daumergue, el 18 de julio de 1928. La guerra civil supuso un parón en su actividad, como ocurrió con la mayoría de la red ferroviaria española, pero a diferencia de otros muchos puntos, vio un gran esplendor en la posguerra española y primeras etapas de la segunda guerra mundial. Sin embargo, al terminar ésta, se clausuró durante algunos años por temor a una invasión.
Después volvió a funcionar, pero la languidez era cada vez mayor, especialmente desde el lado francés, que durante años buscó una excusa para cerrar la línea. La encontró en 1970, tras el derrumbe de un puente como consecuencia de un descarrilamiento. Hoy en día, con un tráfico ínfimo (precisamente en la foto que encabeza este texto, hay un automotor diésel de la serie 596, la pensada para "tráficos ínfimos"), la lujosa estación se había convertido en un triste espectro. Quizá su nuevo uso sea un aliciente para los amantes del ferrocarril: qué mejor alojamiento que una de las más señoriales estaciones que ha tenido nuestra red ferroviaria...
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