La estación de Toledo, bella como pocas, vio llegar el pasado 16 de noviembre el primer tren de alta velocidad. De esta forma, para acercarse a la Ciudad Imperial desde Madrid ya no hace falta recorrer los casi 100 kilómetros que las unidades 470 tenían que cubrir pasando por Aranjuez. Ahora, los poco más de 75 kilómetros los hacen en unos 35 minutos los trenes de la serie 104, esto es, los pendolinos que ya conocían las vías del AVE Madrid-Sevilla en relaciones más cortas, como Madrid-Ciudad Real-Puertollano o Córdoba-Sevilla.
Siempre me ha llamado la atención la estación de ferrocarril de Toledo. En los tiempos en los que la carretera N-401 cruzaba el centro de la ciudad y la salida hacia Ciudad Real se hacía por el Paseo de la Rosa, era inevitable fijarse en este bello edificio mudéjar situado entre la carretera y el río. Ya en 1857 se proyectó una estación allí mismo, un edificio simple y casi adusto; al fin y al cabo no era más que el final de un ramal secundario, el Castillejo-Toledo, a pesar de lo cual se clasificó como de primer orden, pues, como en tantos otros casos, la línea que se quedó en ramal nació con grandes pretensiones, nada menos que llegar hasta Portugal.
Parece ser que la nueva estación se debe a un comentario del rey Alfonso XIII sobre lo inadecuado de la antigua para una ciudad de la categoría de Toledo. La compañía MZA, su propietaria entonces, encargó al arquitecto Narciso Clavería (al que tenía en nómina) un nuevo edificio, en este caso de carácter monumental. Las obras comenzaron en 1914 y el 24 de abril de 1919 tuvo lugar la inauguración.
La verdad es que la línea de Toledo tenía hasta hace poco un aspecto más bien lánguido. Electrificada, pero aún con traviesas de madera, lo cual hacía mucho más romántico si cabe un viaje en tren por ella. Ya se va perdiendo poco a poco ese traqueteo que durante décadas fue una de las señas de identidad del ferrocarril. Dado el afán "exterminador" que desde hace mucho tiempo (y hasta que surgió la fiebre de la Alta Velocidad) parecían tener los sucesivos gobiernos con respecto al ferrocarril, era de temer su desaparición. El trazado desmantelado de la línea que de Toledo partía hacia el norte (aún existe el puente sobre el Tajo) para unirse con la de Madrid a Cáceres era una más que amenazadora advertencia. Sin embargo, la proximidad de la línea del AVE a Sevilla y el inmenso interés turístico que tiene Toledo, ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, parecieron encender la habitualmente apagada lucecita del gobierno. Está claro que si la gran cantidad de turistas que visitan Madrid tuvieran la oportunidad de tener Toledo a un tiro de piedra como quien dice, todos acabarían beneficiándose y la inversión para construir apenas 22 kilómetros de vía de alta velocidad terminaría por amortizarse más pronto que tarde. A mediados del año 2003 se clausuró la vieja línea Algodor-Toledo para permitir las obras y poco más de dos años después, el primer tren de alta velocidad procedente de Atocha llevó viajeros para que Toledo les recibiese de una forma inmejorable: con su maravillosa estación de ferrocarril.
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