27 octubre 2006

Elogio del tranvía

(Texto publicado originalmente en Mixobitácora el 5 de octubre de 2005)

(Escribí este texto hace algunos años, cuando compré el libro al que hago mención y que ya ha aparecido por aquí)

Ha entrado en la biblioteca de nuestra casa un libro que se titula Tranvías de Madrid, escrito por Carlos López Bustos, a quien no conozco pero califico sin duda como apasionado de este medio de transporte. No voy a hacer una recensión del libro, que sólo he hojeado, pero sí que lo voy a utilizar como pretexto para hablar de los tranvías.

Un medio de transporte recordado con nostalgia por muchos, en un Madrid que los vio desaparecer el 1 de junio de 1972, un año después de su centenario, devorados por el cada vez más destructivo tráfico que asuela las calles de la Villa. El tranvía fue la más novedosa y moderna forma de moverse por Madrid allá por el reinado de Amadeo I, cuando el primer vehículo, arrastrado por mulas, salió del barrio de Pozas para dirigirse hacia la Puerta del Sol y de allí al final del bulevar Narváez (hoy calle de Serrano). Fue el 31 de mayo de 1871 el día en que el tranvía inició su andadura por las calles de Madrid. Pasó por los pelos su centenario.

Recuerdo remotamente mi único viaje en tranvía, en los últimos P.C.C. de la marca Fiat, fusiformes, blancos y azules, que recorrían la calle de los Hermanos García Noblejas. Era la línea 70, que junto con la 77 subsistían cuando se suprimió el servicio. Recuerdo envueltos en una nebulosa de la memoria unos asientos de madera, parecidos a los que tenían los autobuses de la E.M.T. antes de ser rojos, un suelo también de madera con largos listones… Pero poco más; debía tener 5 años y aún no sabía que el tranvía me iba a apasionar. Una pasión producida por mi afición a todo vehículo que circule por rieles y acaso potenciada por el halo nostálgico de saber que en mi Villa natal hubo tranvías y que nunca podría verlos si no era en el cine o en fotografías antiguas. Me gustaba mucho ver películas españolas de los años cincuenta y sesenta por el mero hecho de ver las calles de Madrid recorridas por los tranvías, sobre pavimentos adoquinados…

Poco después me convertí en un buscador de restos de vías. Había muchos lugares donde aún se podía sentir la huella del paso de tranvías. Tras la desaparición, todavía permanecieron durante un tiempo los rieles en el último gran nudo tranviario de Madrid, en Pueblo Nuevo, la encrucijada que formaban las calles de Alcalá, Arturo Soria, Hermanos García Noblejas y avenida de Aragón (hoy también Alcalá). El autocar que me llevaba al colegio pasaba a diario por la avenida de Aragón y mis ojos no se separaban de los carriles del 77; incluso hubo una parada que permaneció allí, cual última de Filipinas. Una marquesina de obra, pintada de blanco y verde, con una estética casi racionalista… Hasta hace bien poco han durado la topera y parte del trazado del apartadero que había junto a la autopista de Barcelona. Un aparcamiento los ha sepultado.

Pero se arregló la calle de los Hermanos García Noblejas -obra faraónica e interminable-, se asfaltó la encrucijada, se cubrieron las vías en la avenida de Aragón… Desde entonces una de mis aficiones era vislumbrar, entre las manchas del asfalto, algún asomo de los rieles que mayoritariamente siguen allí escondidos. Una vez incluso hice una visita a las cocheras de la E.M.T. de Cuatro Caminos, hoy próximas a desaparecer, para poder ver su entrada, aún surcada por raíles, y cómo estos se bifurcaban hacia los cocherones donde quizá quedaba aún algún vehículo olvidado…

Muy cerca de mi antigua casa tenía mucho que ver. Las calles de José del Hierro, de la Virgen del Portillo, de la Virgen de la Alegría, en el barrio de la Concepción, mantuvieron mucho tiempo las vías al descubierto. Por allí circuló una de las últimas líneas, la 75, cerrada el 17 de noviembre de 1968. Ahora el asfalto ha enterrado las vías. Hasta que esto ocurrió, no hará más de ocho o diez años, se podía encontrar aquí el fragmento más largo de una antigua línea de tranvía que quedaba en Madrid.

Mis estudios universitarios me dieron la oportunidad de pasear por un viejo trazado tranviario hoy convertido en “senda de los estudiantes”. Hasta agosto de 1967 el recorrido del popular autobús 62, Moncloa-Paraninfo (hoy desaparecido) lo realizaba un tranvía que salía de Moncloa y penetraba por los jardines de la Ciudad Universitaria [1] siguiendo un trazado paralelo a la avenida Complutense. Pasaba por un puente sobre la avenida de los Reyes Católicos. Este puente es recorrido a diario en la actualidad por miles de estudiantes. No se puede decir que ignoren que por allí pasaba un tranvía, porque se conserva una parte de las vías, que pasan junto al llamado “faro de la Moncloa”. Una ligera cuesta nos llevaba hacia las diferentes facultades y escuelas y aún se puede adivinar dónde estaban las paradas…

Seguro que dispersos por la Villa todavía quedan restos ocultos, al amparo de las autoridades municipales que quieren borrar hasta la última huella de los tranvías. La glorieta de Quevedo, la calle del Humilladero… El asfaltado de esta última calle fue hasta noticia, pues suponía la desaparición de las últimas vías que quedaban en Madrid. Unas vías que fueron aprovechadas para el rodaje de una película no hace muchos años. También se han hecho famosos viejos tranvías por su aparición en el cine; viene a la memoria el Doctor Zhivago de David Lean, donde se utilizó un viejo vehículo que recorría la línea 60, Atocha-Norte.

La desaparición del tranvía no ha de parecer extraña cuando el ayuntamiento de Madrid ha tenido como política durante muchos años potenciar el uso del vehículo privado. Para muchos políticos, economistas, sociólogos, el coche es la “máquina que cambió el mundo”. Quizá tengan razón; la independencia y el bienestar que proporciona pueden ser innegables, pero el perjuicio que inflige a ciudades como Madrid tampoco se ha de negar. Por favorecer la circulación de los coches se han tomado medidas que ni han logrado su propósito -o sea, que el tráfico sea más fluido- ni han sido en absoluto beneficiosas para la Villa y sus habitantes. La reducción del tamaño de las aceras, la desaparición de los bulevares, la permisividad ante el aparcamiento salvaje, la supresión de los tranvías, nada de esto ha cumplido su objetivo. Madrid es cada día más sucia, menos apta para vivir, es un colapso circulatorio continuo y lo único que se le ocurre al Ayuntamiento es construir túneles y más túneles…

Ha sido triste para mí, pero si quería viajar en tranvía tenía que salir de España. Porque la fiebre supresora no sólo afectó a Madrid. Zaragoza fue la última ciudad que conservó este medio de transporte, hasta 1976. Hoy en día parece haber un resurgimiento [2] por Europa, donde en algunos lugares nunca ha desaparecido y en otros está volviendo como solución a los problemas más acuciantes de las ciudades. El tranvía -o el metro ligero, que es como se denomina modernamente- es un medio de transporte limpio, barato y silencioso. En Madrid siempre se le echó en cara su estatismo y que entorpeciese el tráfico. Esos problemas no parecen existir en otros lugares. ¿Qué sería Lisboa sin sus pequeños tranvías -los primeros en que subí desde aquel remoto viaje en el 70-, que parecen retrotraer a sus viajeros a los años veinte? ¿Por qué Viena presume de tener la red tranviaria mayor de Europa? ¿Por qué Budapest o Praga, ciudades con casi dos millones de habitantes, conservan una tupida red de tranvías perfectamente compatible con un tráfico que no se puede calificar de ligero? ¿No forman parte del encanto de Amsterdam sus tranvías, decorados tan llamativamente, casi obras de arte móviles? ¿Acaso París, con una aglomeración de nueve millones de habitantes, tiene un problema de tráfico menor que Madrid? Entonces, ¿por qué ya vuelven a circular tranvías por su área metropolitana? Si queremos hablar de caos circulatorio, viajemos a Estambul. ¡También han resucitado el tranvía, a pesar de los olímpicos atascos! Hasta en Estados Unidos están volviendo a ellos e incluso Londres, que suprimió sus tranvías en 1956, se plantea su retorno…

Lo que falta es voluntad. Madrid no puede tener remedio mientras no se apliquen soluciones más drásticas. Los conductores madrileños somos de los más indisciplinados y menos cívicos que se puedan encontrar. Conducir por Madrid no parece regirse por el Código de la Circulación, sino por la ley de la selva. Pitidos, aspavientos, insultos, golpecitos o golpazos, doble fila, coches aparcados en las aceras o en los parques, en las medianas, en los rebajes de las aceras reservados para quienes necesitan una silla de ruedas… Nadie hace nada por remediar esto. Recibir una multa por mal aparcamiento es casi un motivo de risa, a pesar de las amenazas de embargos… Amenazas pobres. El transporte público está olvidado por el Ayuntamiento. Cierto es que la Comunidad de Madrid se esfuerza en estos tiempos por hacer llegar el metro al mayor número posible de madrileños, pero la Casa de la Villa mira para otro lado. El servicio de autobuses, al depender del tráfico diario, participa de sus problemas: Retrasos, atascos, impuntualidad… La solución: túneles y aparcamientos para que los exploten empresas privadas. Las grandes ciudades europeas empiezan a restringir el tráfico por sus centros históricos. Madrid lo potencia. Recientemente leí un artículo en que se elogiaba la valentía de un grupo de jóvenes arquitectos italianos que osaron recomendar el cierre al tráfico de la plaza del Duomo de Milán. Se hizo y no pasó nada. En Lisboa se suprimió el terrorífico aparcamiento que afeaba la plaza del Comercio. Y no pasó nada. ¿Cuando le tocará a Madrid? Se podría soñar con un centro histórico con pocos coches, surcado de nuevo por los tranvías. Con pocos coches, porque no se trata de prohibir su circulación, sino de limitarla, y de dar a los conductores una alternativa que sustituya eficazmente al coche. Salvo los masoquistas que adoren los atascos, no creo que nadie fuese a repudiar una opción válida y eficaz distinta del vehículo particular. ¿Por qué no los tranvías?

Porque no. Me temo que será difícil volver a ver las vías en el pavimento, el tendido aéreo de los cables, sentir el particular sonido que hacen al rodar, las campanillas; el trole tocando siempre la catenaria donde toma la electricidad que alimenta los motores… Los trazados que salían de las calles y se internaban en lo que entonces eran descampados, cruzando regiones que se me hacen inhóspitas, por colonizar: Peña Grande, La Paloma, Valdezarza, el camino Alto del Olivar… Hoy lugares más que poblados y urbanizados. Las pequeñas grandes obras que se hicieron en algunas líneas, como el viaducto del Aire de la Ciudad Universitaria, bellísima obra de Eduardo Torroja… Los tranvías azules y blancos, alargados, con su única luz delantera, sus puertas como biombos… Tan bonitos, tan limpios… Tan lejanos…

[1] Bajo las grietas del asfalto en la calle de Fernández de los Ríos aún se podían ver los carriles, trazando la curva para entrar al parque, cuando yo estudiaba (entre 1984 y 1989).

[2] Véase el caso de Valencia, con una resurrección en toda regla, los tímidos ensayos de La Coruña y Barcelona, el ambicioso proyecto de Málaga, el agua de borrajas de Madrid, con el presunto tranvía que recorrería la carretera de Andalucía… (Nota posterior: desde que escribí esto, allá por 1998, ha habido muchas ciudades que han consolidado sus líneas de tranvía y que las han restablecido. Los "tímidos ensayos" son ya realidades, Barcelona y Bilbao los han recuperado, Madrid lo hará pronto, al igual que Murcia, Parla, Tenerife...)

1 comentario:

Ricardo Márquez dijo...

Bonita entrada llena de nostalgia.

Te dejo una entrada de mi blog, hay otra más de tranvías, por si te interesa.

http://historias-matritenses.blogspot.com/2008/09/el-tranva-de-la-ciudad-lineal.html