26 octubre 2006

Huellas ferroviarias en el valle del Alberche


(Texto publicado originalmente en Mixobitácora el 11 de septiembre de 2005)

(El siguiente texto ha sido el único de los que he escrito que ha obtenido un premio: fue el segundo en el certamen La historia del ferrocarril a través de las experiencias de los socios de la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Madrid, en diciembre de 2003; apareció en la revista Tracción, publicación oficial de la AAFM en el número 21, correspondiente al invierno de 2005):

Desde hace algunos años suelo padecer los atascos de la espantosa “Carretera de los Pantanos”; cuando llega el buen tiempo, paso algunos días en el pueblo casi serrano de Pelayos de la Presa. Sus cercanías invitan al paseo, gracias a las enormes arboledas que rodean el pantano de San Juan y llegan a tocar el caserío. Hace ya tiempo, en el comienzo de una caminata, me llamó la atención el que junto a un poste del teléfono estuviese amarrado algo muy semejante a un raíl ferroviario. La curiosidad me hizo acercarme para comprobar que, en efecto, se trataba de un riel medio oxidado que tenía la inscripción “Krupp” y fecha de octubre de 1883. Me hizo gracia encontrar tal objeto allí y en principio me pareció poco menos que una rareza, pero al cabo me di cuenta de que no eran ni uno ni dos, sino muchos de los postes que hilvanaban esas calles los que tenían un raíl por compañero (los he visto con fechas que van de 1883 a 1923). Empecé a sospechar que por allí pudiera haber existido un viejo trazado ferroviario ya desaparecido, puesto que las vías en lugar de soportar trenes apuntalaban postes telefónicos...

Al final de un ribazo encontré la respuesta. Una amplia avenida llevaba el sugerente nombre de “calle de la Vía del Ferrocarril”. Ahí estaba; allí había estado en su tiempo esa ignota línea que yo encontraba por primera vez. No dudé en seguir el camino, que además es el habitual de los muchos andarines que se encaminan hacia las aguas del pantano (después supe además que se trata de lo que los practicantes del “senderismo” llaman un “sendero de gran recorrido” –el GR 10- , como así lo atestiguan numerosas marcas en el camino). No cabía duda de que aquello era una traza ferroviaria: escasa pendiente, terraplenes, alcantarillas, pequeñas trincheras... Pero si alguna duda quedaba, se difuminó al aparecer, tras un túnel natural hecho de frondosas ramas de árboles, lo que debió ser la estación de Pelayos de la Presa.

Triste y noble edificio, en pie, enhiesto, a pesar de décadas de abandono, lacerado por grafiteros, con la vergüenza de sus techos caídos sin poderse esconder, pues las ventanas también están desnudas. Pero una recia estructura pétrea, un edificio hecho para durar aunque ni siquiera llegó a ser. Frontero, el que hubiera sido andén de la otra dirección, hoy convertido en rampa para bicicletas y motos, en distracción de chiquillos y atracción para gamberros. Tristes cardos y mezquinos labiérnagos ocupan el lugar que tendría que haber sido para los pasajeros de esta línea.

Cuando el caminante pasa de largo se intenta imaginar subido en un modesto vagón de vía estrecha, asomado a la ventana sin molestias, puesto que la poca velocidad no perturba la visión, viendo como la curva va hurtando de su mirada el apeadero, en esa imagen triste y a la vez esperanzadora del que deja todo atrás pero va al encuentro de algo quizás mejor, quizás peor, siempre desconocido... Tal vez demasiada poesía para tan poca cosa...

El caminante puede llegar al pantano de San Juan casi sin darse cuenta; puede optar por sumarse a los grupos de domingueros que suben hacia los remedos de playas o bien seguir investigando por el antiguo trazado ferroviario; mejor dicho, ha de tener muchísimo cuidado porque no se conserva (quizá ni se llegó a construir) el puente que cruzaría la infernal M-501, siempre atestada de coches.

Tras armarnos de valor y pasar al otro lado de la carretera, llegamos ante la cola del embalse de Picadas, el vaso que da agua a la gran capital, otro lugar de reunión de domingueros con su correspondiente playita; muy cerca podemos recuperar nuestro camino; el trazado se iba acoplando a la ladera montañosa, por medio de obras de fábrica que hoy están muy derruidas; hay un pequeño viaducto desde el cual podemos volver a la plataforma.

Junto al pantano hay otra vieja estación, mucho más pequeña y modesta que la de Pelayos, pero en mejor estado porque no está abandonada. Nunca albergó viajeros y nunca se detuvo un tren en ella, pero al menos no tiene el cruel aspecto que muestra la otra, ello a pesar de los feos aditamentos de plástico y metal que exhibe. Desde aquí el paseo es una delicia; la garganta de Picadas nos rodea y el camino se ajusta para que la pendiente sea mínima; sólo los calores, en verano, y algún que otro vehículo pueden perturbar la paz de los caminantes que se aventuren por aquí. De vez en vez, un puentecillo, casi siempre en un sorprendente buen estado, permite pasar las pequeñas bocas que el valle abre hacia las montañas que lo limitan. La sorpresa viene al cabo de un rato, cuando la línea salta de una orilla a otra del hoy pantano y entonces río.

Entonces río porque los ojos del viaducto están casi hundidos en las aguas del pantano. Picadas casi siempre tiene un nivel alto, puesto que es la reserva hídrica más importante que se mantiene para dar de beber a Madrid en épocas de escasez; si el estío baja sus aguas, las bombas se encargan de volverlas a su altura. Por ello este viaducto, que en su día se pensó para vadear un modesto río, hoy salta a duras penas un gran embalse, y a la vez sirve como base para los aficionados a la pesca que lo frecuentan; poco más allá, en el solar donde se tendría que haber edificado la estación de Navas del Rey, suelen dejar los coches.

Si aún seguimos un poco más, a pesar de la advertencia sobre los posibles desprendimientos de la abrupta ladera, podremos llegar hasta uno de los túneles que hubiesen atravesado los trenes que marchasen por esta vía.

Todo esto lo descubrí en una larga caminata bajo el sol de agosto, con la ayuda inestimable de la maravillosa Guía de Vías Verdes (pues en vía verde se ha convertido –o se quiere convertir- este viejo trazado). Esta fue mi modesta incursión en la historia ferroviaria de nuestra Comunidad. Mis indagaciones me llevaron a saber que esta línea nonata arrancaba de Villa del Prado, en el también desaparecido ferrocarril Madrid-Almorox, ése que mi madre, según me cuenta, tomó en muchas ocasiones para ir a Navalcarnero saliendo de la popular “Estación de las Pulgas”, o Estación de Goya, cuyo nombre debía a su vecindad con la también desaparecida “Quinta del Sordo”, morada del gran pintor aragonés...

Una línea que como tantas otras nació con grandes pretensiones; los promotores de los primeros tiempos del ferrocarril se me presentan en la imaginación como héroes románticos. O si no, ¿cómo se puede calificar a alguien que pretende, con una humilde vía métrica, unir la capital de España con la frontera portuguesa? Al menos esa era la idea. No se sabe muy bien si el destino final de esta línea sería Plasencia o Fuentes de San Esteban; sus obras llegaron muy poco más allá de la zona en la que estamos... En cualquiera de los casos, era una empresa titánica.Lo más curioso es que se llegó a inaugurar. Según la misma Guía de Vías Verdes se tendió vía entre Pelayos y San Martín de Valdeiglesias (cuya estación es la mejor cuidada de todas las que hay en esta comarca), se trajeron locomotora y vagones por carretera y la autoridad competente cortó la cinta... El parque motor volvió después a donde pudiera dar mejor servicio. Las vías debieron de vegetar durante años y años hasta que finalmente alguien se decidió a retirarlas y... algunas acabaron sujetando postes telefónicos en las nuevas urbanizaciones de Pelayos de la Presa.

Cuando llega el buen tiempo y, como siempre, vuelvo a padecer los atascos de la espantosa “Carretera de los Pantanos” medito sobre este descubrimiento que hice en mis primeras visitas a Pelayos. A veces pienso lo útil que ahora hubiera sido esta línea. Cuántos madrileños podrían ahorrarse el mal humor acumulado en el atasco, transformado en el placer de un agradable viaje por ferrocarril cruzando un maravilloso paisaje. Cuántas vomitonas de niños, gestadas en esas últimas curvas de la carretera, se habrían convertido en sonrisas al ver cómo el tren brincaba de un lado al otro del río y cómo parecía volar sobre el agua...

Añado dos interesantísimos enlaces para quienes deseen encontrar más información sobre esta línea:
Vía verde del Guadarrama, Alberche y Tiétar (de ella provienen las fotos enlazadas en este texto)

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